11/02/2004

Armadeón

A Posted by Hello



Armadeón era un pequeño armadillo color café oscuro que nació con serios problemas de vista, pero compensado ello gracias a un oído capaz de percibir incluso el sonido que rumoran al viento las hojas secas en su caída otoñal. Pequeño, arrugado y gordito, Armadeón parecía más bien un casco rústico de manchas como teclas de organeta antes que un animal cualquiera de su raza…

Sufrió así un triste abandono familiar nacido de su incapacidad sensorial y su exótica presencia, lo que únicamente fue apreciado por una suerte de adopción que recibió de parte de un fraile español que habría de recogerlo como parte de una expedición botánica.

Dadas las circunstancias, y tras un largo viaje en velero de cuatro lonas, Armadeón transcurriría los primeros días de su vida en tierras europeas, paseando de monasterio en monasterio bajo el brazo izquierdo del religioso. Pero ese fraile, ay el fraile tenía un problema de fino sadismo con la voz del armadillo. Amaba contraer fuertemente sus lánguidos músculos para obtener el quejido lastimoso y sincero de la pobre criatura que no entendía por qué demonios el fraile lo apretaba… Y chillaba… Una vez el fraile soltaba su brazo, presto a una segunda presión, un nuevo y fascinante sonido, más grave que el anterior, salía de las ahogadas fauces del armadillo.

Los chillidos que producía el pobre Armadeón eran tan bonitos que comenzaron a obtener reconocimiento entre los pocos que habían tenido el gusto de escuchar aquellos sonidos que hacía cuando le apretaban la barriga cual fuelle de viento, y los que vibraban cuando lo soltaban y el armadillo, en una inhalación desesperada, profunda y rasgada contra la garganta, producía en busca de supervivencia… así era la vida de armadillo: chillaba y se recogía tomando aire a la espera de un nuevo apretón… y volvía a chillar…

Su chillido sublimaba los sentidos de sus oyentes y, a su vez, era capaz de producir un placer procaz y perverso, surgido de una especie de conjunción entre escuchar el dolor del animal y ver cuán maravilloso podía ser el sonido que se desgarraba desde sus entrañas. A los asistentes se les arrugaba el sentimiento cuando sentían cometer un pecado sin causa, sin daño, pero lleno de placer...

El armadillo anduvo paciente y resignado, sumido en una deuda moral por los favores recibidos de parte del fraile, lo que le costó varios años de su juventud, pero en la medida en que se hizo más popular y demandante su oficio de chillar en los brazos del fraile su paciecia se fue agotando, así que, cansado, se dio a la fuga –una tarde de sueño temprano y profundo de su dueño– hasta donde sus cuatro patas de encurtidas garras lo pudieron llevar… Y así pasó por París, Viena y uno que otro pueblito aledaño que lo recibió casi sin notarlo en su paso tranquilo y breve.

De esta forma sucedieron varias noches de largos sueños y días de caminatas fugaces como el vaivén de la luz solar…

Finalmente, cansado y sólo, se unió en Berlín a un tal Christian Friedrich Ludwig Cuschmann, personaje que realmente supo apreciar al armadillo vagabundo y que le reveló su sentido definitivo y profundo de haber venido al mundo...

Con Friedrich aprendió a obtener más sonidos de sí mismo con menos dolor, y notó, lo más importante, que era capaz de producirlos con su solo recogimiento y ensanche; así, después de todo, había descubierto que lo que buscaba en su vida era producir música y divertirse con ella...
En tales términos viajó y cambió de dueño y de patria una y otra vez, aprendiendo en el camino a perfeccionar el arte de la música.
De todos los amigos que tuvo por lo menos un par le cambiaron el nombre, otros dos le trataron de modificar algunas de sus partes y uno que otro trató de eliminarlo. Airoso, Armadeón se sobrepuso y continuó.

Con el tiempo, y como todo buen artista, Armadeón supo entender que para ser músico no sólo debía preocuparse por su arte. Aprendió un poco de la historia de los países que fue visitando, de su gente, de su estilo, y vivió, entre otras cosas, amores furtivos que irían quedándose en puertos y valles transitoriamente visitados.

De esos amores pasionales y pasajeros resultaron varios armadillos bien parecidos al papá, los cuales fueron quedando por el mundo como hijos bastardos que yacieron adiestrados en favor de producir aquellas melodías graves que alguna vez Armadeón había producido…

Pero Armadeón descubriría con el tiempo la mejor de sus facetas: la parrandera. Una vez agotado del mundo europeo, la pequeña bestia acorazada viajó emparrandado en una lancha de cubanos que volvían a sus tierras después de que los españoles acaeciesen la derrota contra las tropas americanas hacia finales del siglo XIX.

De la misma forma saldría de Cuba colado en otra lancha hacia Argentina, donde su legión de hijos proseguiría y desde donde arribaría a tierras colombianas para conocer su segundo y definitivo nombre… Vallenato…

Ese sonido grave y profundo que aprendió a silbar aquí fue lo que él siempre había querido hacer sonar, lo que le impulsó a dejar los viajes en manos de sus hijos desperdigados por el mundo, mientras él se dedicaba a parrandear y a explorar el sonido del vallenato. Por ello, cuenta la historia, la descendencia y el florecimiento de Armadeón fue vasto alrededor de todo el mundo, pero aunque como él vinieron muchos, sólo este armadillo sería el más aguerrido y parrandero, presto a chillar la melodía vallenatera en la orilla del mundo nuevo, del descubierto, del que disfruta, valora y goza al Armadeón como nadie en estas tierras que se han convertido en las de Armadeón: el corazón del vallenato...

… Inspirado en una historia; la del acordeón… La de ese instrumento grandilocuente que en su vaivén es capaz de hacernos escuchar el viento; ese, justo ese, que al oírlo, como diría el mismísimo Gabo, nos arruga el sentimiento...