Salir de casa, de esas mismas veinticuatro paredes que rodean tu existencia en la constancia de los días, es un evento notablemente diferente cuando tienes un solo brazo. Vestirse, amarrarse un cordón, sacar las monedas que pertenecen al bolsillo del costado de tu brazo lisiado, y una infinidad de insignificantes tareas cobran mayor sentido, y se observan desde una posición más respetuosa, cuando uno de los brazos tiene que darse vacaciones.
Entonces sales como lo habías acordado y te encuentras con esa persona especial que dijo acompañarte, pero no la puedes abrazar ni dar la mano, y genialmente entre los dedos de tu otro brazo aprietas una carpeta que tal vez no debiste llevar hoy, y que termina cargando ella por una especie de compasión disimulada en el gesto afectuoso de quien si puede ayudarte por qué no hacerlo.
Luego subes y detienes un ejecutivo cualquiera en la ya cotidiana avenida 7ma, y en un movimiento casi reflejo la dejas subir primero, y el atarbán del bus arranca cuando de un brazo y un pie depende la integridad del resto de tu cuerpo. Maldices, agradeces no caerte y te sientas malhumorado considerando cuan grato sería tener carro propio, aunque luego recuerdas que no podrías manejarlo… Finalmente, miras por la ventana cómo se desprecia, o mejor no se aprecia aquello que se tiene… y entiendes el refrán…
Bajas normalmente del bus y te das a la tarea de subir escaleras, lo que haces más despacio que de costumbre, distraído en las palabras de tu acompañante, mientras algunos observan tu desgracia menor con ese tedio desentendido de lo que no les está pasando.
Entonces sales como lo habías acordado y te encuentras con esa persona especial que dijo acompañarte, pero no la puedes abrazar ni dar la mano, y genialmente entre los dedos de tu otro brazo aprietas una carpeta que tal vez no debiste llevar hoy, y que termina cargando ella por una especie de compasión disimulada en el gesto afectuoso de quien si puede ayudarte por qué no hacerlo.
Luego subes y detienes un ejecutivo cualquiera en la ya cotidiana avenida 7ma, y en un movimiento casi reflejo la dejas subir primero, y el atarbán del bus arranca cuando de un brazo y un pie depende la integridad del resto de tu cuerpo. Maldices, agradeces no caerte y te sientas malhumorado considerando cuan grato sería tener carro propio, aunque luego recuerdas que no podrías manejarlo… Finalmente, miras por la ventana cómo se desprecia, o mejor no se aprecia aquello que se tiene… y entiendes el refrán…
Bajas normalmente del bus y te das a la tarea de subir escaleras, lo que haces más despacio que de costumbre, distraído en las palabras de tu acompañante, mientras algunos observan tu desgracia menor con ese tedio desentendido de lo que no les está pasando.
En aquel momento te encuentras un amigo, una persona especial que con amable sátira te roba una sonrisa y anima ese momento en el que ya casi habías olvidado por completo que tu brazo no se extendía hacia abajo, sino que permanecía plegado en un ángulo de noventa grados dentro de un ridículo cabestrillo azul que te hace diferente, y lo seguirá haciendo durante unos quince días…
Y todo termina ahí, aquí, en un cuarto de clase, cuando agradeces más que nunca haber nacido zurdo y poder escribir las palabras, cualesquiera que sean, las que pronuncia tu profesora…
Pero vayamos un poco más atrás. La noche, compañera silenciosa que guarda entre sus sombras los más temidos secretos. Allí sucedió todo, en un instante incomprensible que determinó la forma como se mira la oscuridad, esa que le viene siempre al sol y que hace la realidad un poco más amenazadora.
Aquella oscuridad comenzó puntual, como todas las noches, a eso de las seis de la tarde. Primero un velo suave, como indicio de otro más pesado que vendría tras la caída del sol; caída que debió ser indicio de algo más… que hubiera sido indicio sin su regularidad reconocida por todos nosotros…
Y vino la noche absoluta, y con ella el sueño, y con el sueño el descanso… y con el descanso los sueños… y con los sueños la caída…
Y allí sucedió todo… al vacío fue el alud, en la inconsciencia de un cuerpo gobernado por sus sueños, pero no por aquellos anhelados, sino por los espantosos, por aquellos que recreamos con horror en la ficción cinematográfica para librarnos de su presencia…
Y allí mismo termina todo… en el instante fugaz en que el cuerpo reacciona a la mente, o, quizás, donde la mente reacciona a justificar lo que el cuerpo hace y siente… de cualquier manera todo termina casi al instante de comenzar; en el desvarío del acto, en la representación de una realidad a la que no le damos crédito porque despertamos de ella y no en ella, pero que, al parecer, también puede regir nuestros actos… temidamente lejos de nuestro control…
Ente… controlado como las máquinas se controlan, levantando con una laguna en las razones que preceden a la acción, en la tristeza de no poder encontrar justificaciones o recreaciones precisas frente a lo que se hizo o se sintió… como en la realidad, donde solemos explicar y entender nuestros actos siquiera para confortar el error de las acciones a través de su justificación…
Y duele, duele sólo lo suficiente como para recordarte lo que sucedió, pero no piensas mucho en ello porque puede aterrorizarte… totalmente…
Y todo termina ahí, aquí, en un cuarto de clase, cuando agradeces más que nunca haber nacido zurdo y poder escribir las palabras, cualesquiera que sean, las que pronuncia tu profesora…
Pero vayamos un poco más atrás. La noche, compañera silenciosa que guarda entre sus sombras los más temidos secretos. Allí sucedió todo, en un instante incomprensible que determinó la forma como se mira la oscuridad, esa que le viene siempre al sol y que hace la realidad un poco más amenazadora.
Aquella oscuridad comenzó puntual, como todas las noches, a eso de las seis de la tarde. Primero un velo suave, como indicio de otro más pesado que vendría tras la caída del sol; caída que debió ser indicio de algo más… que hubiera sido indicio sin su regularidad reconocida por todos nosotros…
Y vino la noche absoluta, y con ella el sueño, y con el sueño el descanso… y con el descanso los sueños… y con los sueños la caída…
Y allí sucedió todo… al vacío fue el alud, en la inconsciencia de un cuerpo gobernado por sus sueños, pero no por aquellos anhelados, sino por los espantosos, por aquellos que recreamos con horror en la ficción cinematográfica para librarnos de su presencia…
Y allí mismo termina todo… en el instante fugaz en que el cuerpo reacciona a la mente, o, quizás, donde la mente reacciona a justificar lo que el cuerpo hace y siente… de cualquier manera todo termina casi al instante de comenzar; en el desvarío del acto, en la representación de una realidad a la que no le damos crédito porque despertamos de ella y no en ella, pero que, al parecer, también puede regir nuestros actos… temidamente lejos de nuestro control…
Ente… controlado como las máquinas se controlan, levantando con una laguna en las razones que preceden a la acción, en la tristeza de no poder encontrar justificaciones o recreaciones precisas frente a lo que se hizo o se sintió… como en la realidad, donde solemos explicar y entender nuestros actos siquiera para confortar el error de las acciones a través de su justificación…
Y duele, duele sólo lo suficiente como para recordarte lo que sucedió, pero no piensas mucho en ello porque puede aterrorizarte… totalmente…
Y así termina todo… cuando de nuevo parece estar bien, cuando estás curado del brazo que alguna vez resultó maltrecho…
Descansas, descansas recuperado y tranquilo gracias a la curación de tu extremidad, pero, por otra parte, estás temeroso e inseguro porque no hay control sobre la noche, porque aquella herida queda abierta, porque es en ese espacio vacío e indeterminado en el cual tú no eres del todo tú, sino un alter ego controlado por el sueño… sencillamente tú no existes... él usa tú cuerpo y no existe sino él…: el sonámbulo…
Descansas, descansas recuperado y tranquilo gracias a la curación de tu extremidad, pero, por otra parte, estás temeroso e inseguro porque no hay control sobre la noche, porque aquella herida queda abierta, porque es en ese espacio vacío e indeterminado en el cual tú no eres del todo tú, sino un alter ego controlado por el sueño… sencillamente tú no existes... él usa tú cuerpo y no existe sino él…: el sonámbulo…
1 comentario:
Dani: la expresión que logras de tu sensiblidad en ese doloroso pero temporal evento me encanta, primero porque no sabía cuan afectado estuviste y segundo porque me muchas veces somos presas de tal angustia que solo la escritura logra expresarla. Me encantó, puedes hacerlo más sutil para construir un texto aún más poético.
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